"El amor de Cristo nos apremia." San Pablo, 2 Cor 5,14

"El amor de Cristo nos apremia." San Pablo, 2 Cor 5,14
" Debemos tomar conciencia que hemos de ser una Iglesia no solamente fraterna y solidaria, sino también y esencialmente misionera. (J. L. Corral)

Llamados a construir un mundo más fraterno, tratan de irradiar a los demás el gozo y la esperanza

San Francisco "Instituyó tres órdenes: a la primera ha llamado de los hermanos Menores, a la segunda de las Damas Pobres, Orden de Penitencia es el nombre de la tercera, constituida por personas de uno y otro sexo" (Oficio rítmico de san Francisco. Julián de Espira)

La Orden Franciscana Secular (O.F.S.)

La Orden Franciscana Secular (O.F.S.)

En este blog se pretende aprender entre todos, sobre la espiritualidad de san Francisco, que como religioso nos mostró, el camino a la Verdad que lleva hacia la fuente de vida.

¡Señor que siempre tenga sed de Ti!

Nuestra Señora de Fátima

Nuestra Señora de Fátima

S.E.R

S.E.R

miércoles, 12 de mayo de 2010

Santoral mes de mayo OFM

Mayo: 1: Beato Julián Cesarello, presbítero.4: Beato Ladislao de Gielniow, presbítero.5: Beato Bienvenido Mareni, religioso.6: Beato Bartolomé Pucci-Franceschi, presbítero.11: San Iluminado, religioso discípulo de San Francisco.13: Beatos Juan de Cetina, presbítero; y Pedro de Dueñas, legos; mártires.19: San Teófilo de Corte, presbítero22: Beato Juan Forest, presbítero mártir.24: Beato Juan de Prado, presbítero mártir de Marruecos.28: Beato Herculano de Piegaro, presbítero.29: Beatos Esteban de Narbona y Raimundo de Carbonne, presbíteros mártires.31: Beato Mariano de Roccacasale, religioso

Recordando a monseñor Romero, mártir. homilía de la Ascención del Señor

LA HORA DE LA GLORIFICACIÓN
ASCENSIÓN DEL SEÑOR
7 de mayo de 1978Hechos 1, 1-11Efesios 1, 17-23Mateo 28, 16-20
Queridos hermanos:


INTRODUCCION: LLEGA A CORONARSE LA OBRA DE CRISTO
El año litúrgico, que vamos siguiendo domingo a domingo, está hoy en la semana culminante. La Ascensión de Cristo celebramos este domingo, y el próximo domingo, la venida del Espíritu Santo. La obra de Cristo que anunció antes de Navidad el gran misterio del Dios que se hizo hombre que nos conmovió durante esos días felices de la Navidad y de la Epifanía, el misterio de un Hombre-Dios que muere en una cruz y resucita por nosotros; fue preparado durante toda una Cuaresma y desde la Pascua, Sábado Santo en la noche, hasta hoy, Ascensión y Pentecostés, cincuenta días de plenitud, de júbilo, de esperanza, llega a coronarse la obra de Cristo. Y éste es el sentido de la fiesta de hoy.
Asistamos pues, a nuestra liturgia dominical con espíritu nuevo a alentar en esta fuente de santidad, de regocijo, de alegrías profundas, nuestro caminar en la historia. Por eso, este cuidado que debe tener el predicador de la homilía de ir iluminando con ese misterio de Cristo, que siendo el mismo porque es eterno, las realidades concretas de la historia. Es un deber, difícil muchas veces, porque esa luz de la redención que ilumina nuestro paso en la tierra muchas veces tiene que iluminar cosas muy desagradables. Pero tiene que hacerlo, sino, no fuera del Evangelio la luz del mundo, la lámpara de nuestro paso.
HECHOS DE LA SEMANA
Por eso me alegro citar y hacer como el ambiente de nuestra reflexión de la Palabra y del misterio que celebramos, los hechos concretos en que se ha movido nuestra semana. La realidad a veces es agradable, -no siempre, pero generalmente una realidad que muchas veces choca horriblemente con los grandes designios del amor de Dios-, que quisiera de nuestra Patria y del mundo, una ciudad iluminada por una civilización de amor, una antesala, un camino hacia ese destino que hoy, precisamente, nos marca la Ascensión del Señor.
¿Por dónde ha peregrinado el pueblo de nuestra Arquidiócesis durante esta semana?
MUERTE DEL P. LADISLAO SEGURA
Quiero, ante todo, traer al recuerdo de esta misa y para encomendarlo a la oración de todos, la memoria muy querida del Padre Ladislao Segura. Cuando el domingo pasado predicaba aquí, todavía ignoraba el triste acontecimiento de su muerte repentina en un cuarto de la casa de la Iglesia del Carmen en Santa Tecla, donde iba a pasar siempre el sábado por la tarde y por la noche, para cumplir religiosamente ese deber de todo religioso: la vida comunitaria. Los jesuitas, que por su trabajo muchas veces viven un poco individualmente, tienen el deber de ir a convivir cada semana o cada quince días a sus casas de comunidad. Y el Padre Segura era muy fiel a esa ley. El sábado por la tarde allá estaba con sus compañeros, los jesuitas de la Iglesia del Carmen en Santa Tecla. Y la noche del sábado la ocupaba para preparar su homilía del domingo, para estudiar, hombre que siempre se preocupó de estar al día en las ciencias eclesiásticas. En su escritorio de muerte se encontraron documentos preparatorios de la reunión de obispos en Puebla en octubre de este año y unos apuntes de su homilía para el domingo hace ocho días, y para el día del trabajo el lº de mayo. Murió, pues, mientras trabajaba, murió trabajando. Por eso se dijo en su funeral, el lunes, que era un bello símbolo del trabajo.
Yo quiero destacar en su vida, estos tres grandes aspectos: El pescador de vocaciones, como lo llamaron los seminaristas en su programa del viernes por radio, pescador de vocaciones. ¡Cuántos sacerdotes hoy y cuántos alumnos del Seminario Mayor y Menor deben a la intervención del P. Segura con sus familias, con sus párrocos, el haber encontrado y cultivado su propia vocación sacerdotal!
Otro aspecto es su solicitud por la vida religiosa. Las comunidades, sobre todo de religiosas, encontraron un sólido apoyo y orientador en el P. Segura.
Y un tercer aspecto es el hombre de la doctrina sólida. Consejero de todo aquel que con preocupaciones teológicas o canónicas se acercaba, y con la prudencia del verdadero sabio no daba la respuesta inmediatamente, sino que pedía tiempo para estudiar y consultar y así salían esos consejos, esas orientaciones tan seguras para quien buscaba allí un apoyo doctrinal, disciplinario, canónico.
Que el Señor le conceda, pues, el eterno descanso. Y yo pido a Uds., que oremos mucho por él, sobre todo, a la comunidad de la Colonia Dolores donde el P. Segura, además de estas características meritorias, fue un verdadero pastor de aquel sector de nuestra ciudad.
JORNADA MUNDIAL DE LOS MEDIOS DE COMUNICACION SOCIAL
Otro aviso para este domingo es que hoy en toda la Iglesia Universal se está celebrando la Jornada Mundial de los Medios de Comunicación Social. Lamentablemente no hemos tenido propaganda pero baste al menos esta palabra para llamar la atención de todos los católicos acerca de un uso crítico, consciente, de los medios de comunicación social. Quiero decir, que esos medios maravillosos como son el periódico, la radio, la televisión, el cine, donde grandes masas humanas están comunicando un pensamiento, muchas veces son instrumentos de confusión. Esos instrumentos, artífices de la opinión común, muchas veces se utilizan manipulados por intereses materialistas y así se convierten en mantenedores de un status injusto, de la mentira, de la confusión; se irrespeta uno de los derechos más sagrados de la persona humana que es el derecho a estar bien informado, el derecho a la verdad. Ese derecho es el que cada uno tiene que defender por sí mismo haciéndose crítico al manejar los medios de comunicación social. No todo lo que está en el periódico, no todo lo que se ve en el cine o en la televisión, no todo lo que nos dice la radio, es verdad. Muchas veces es precisamente lo contrario, la mentira.
De allí que el hombre crítico sabe depurar para no envenenarse con todo lo que cae en sus manos. Esta es la conciencia que se quiere despertar hoy en el día de la comunicación social, que tengamos lectores del periódico, críticos; que sepan decir esto es mentira, esto no conviene con aquello que dijeron ayer; esto es tergiversación porque yo he visto lo contrario. Ser críticos es una de las características necesarias de hoy y por esa conciencia crítica que la Iglesia trata de sembrar, es por lo cual la Iglesia está teniendo conflictos muy serios porque los intereses, naturalmente dominadores, quisieran mantener adormecida una masa y no tener hombres críticos que sepan discernir entre la verdad y la mentira. Y yo creo que nunca como ahora había existido en el mundo, sobre todo en nuestro ambiente, una lucha -diríamos- lucha a muerte entre la verdad y la mentira. A eso se reduce el conflicto de la hora actual: La verdad y la mentira. No olvidemos que Cristo dijo esta gran palabra: "La verdad os hará libres". "Busquemos siempre la verdad".
Hay un dicho de San Agustín que me parece que es muy oportuno en nuestro tiempo: "liventer credimus pos credere volumus", que quiere decir: "que con mucho gusto creemos lo que queremos creer". Por eso se hace tan difícil creer la verdad porque muchas veces no quisiéramos creer la verdad, molesta la conciencia; pero la verdad aunque moleste hay que aceptarla y hay que querer creer en ella para que el Señor nos bendiga siempre con esa libertad de quien ama la verdad y no vende la verdad, la pluma, la voz, el medio de comunicación, al mejor postor, al que da más dinero, al interés, al materialismo. ¡Lástima tantas plumas vendidas, tantas lenguas que a través de la radio tienen que comer y se alimentan de la calumnia porque es la que produce! La verdad muchas veces no produce dinero sino amarguras, pero vale más ser libre en la verdad que tener mucho dinero en la mentira.
EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACION
Se acerca el día del Seminario, el próximo domingo día de Pentecostés, será un día de la juventud. Ya hemos estado anunciando que el sábado de esta semana, a las 8 de la noche, aquí en la Catedral, tendremos la ceremonia de confirmación de jóvenes. Hay unos 200 jóvenes preparándose con verdadero espíritu a recibir ese sacramento del Espíritu Santo. Invito a todo el pueblo de Dios para que renovemos entonces ese sacramento que recibimos muy chiquitos y que no nos dimos cuenta, pero que tiene tanta responsabilidad, la fuerza, el don del Espíritu Santo. Por eso, los que ya lo recibimos, vamos a renovar nuestra conciencia de ser confirmado nuestro compromiso de defender nuestra religión: Para eso se da la confirmación. Y 200 jóvenes nos darán el ejemplo de prepararse como se debe de preparar un hombre para recibir un sacramento tan importante. Por eso hemos dispuesto que desde Adviento, o sea, diciembre en adelante, no se dará el sacramento de Confirmación a menores de 15 años para que con toda conciencia lo sepan recibir y sepan responder a una gracia tan singular.
EL ÁNGELUS
Quiero avisarles con gusto que desde este domingo, primer domingo de mayo, al medio día, vamos a rezar juntos el Ángelus, a través de la radio. Les invito a que a las doce en punto, sintonicen sus aparatos de radio en la YSAX, La Voz Panamericana, para que junto con su Pastor y unidos con el Papa que también lo hace al mediodía en Roma todos los domingos, recemos este saludo a la Virgen orando por tantas necesidades de la Iglesia. Será una manera de cultivar nuestra devoción a la Santísima Virgen, hoy tan necesaria. Y en mayo, de manera especial debe caracterizar las verdaderas personas católicas devotas de la Madre de la Iglesia.
PREPARACION DEL PRIMER ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL PADRE ALFONSO NAVARRO
El once de mayo, o sea el jueves de esta semana, vamos a cumplir un año de la muerte del Padre Alfonso Navarro y de Luisito Torres, allá en el convento de Miramonte donde fueron cruelmente baleados. Para eso se está preparando una concelebración el jueves de esta semana, a medio día, aquí en la Catedral. Y desde el 3 de mayo se está celebrando con mucho entusiasmo un novenario de misas patrocinados por las diversas comunidades de la capital a las 7 de la noche, todas estas noches, en la Iglesia de la Colonia Miramonte.A este propósito también tengo mucho gusto en anunciarles que se ha publicado un folleto de 92 páginas con el título de Testimonio, en el cual se dan unos rasgos biográficos muy interesantes, del espíritu que animó el sacerdocio de este joven que murió en plena floración de sacerdocio: Alfonso Navarro. Les invito a conocer su verdadera vida en esas páginas, ya que tanto en este caso como en el caso del Padre Grande, hay mucho interés en desfigurar el ministerio sacerdotal de estos dos verdaderos mártires: porque eso significa mártir: el que ha sido matado en odio de la fe. Y no hay duda que porque tuvieron el valor de predicar la verdad y señalar los pecados del mundo, tenemos estos dos sacerdotes acribillados por la bala criminal.
Del Padre Grande también ya se publicó un folleto muy interesante que está siendo reproducido en las páginas de la Crónica del Pueblo, un periódico valiente que está haciendo este honor al Padre Grande, publicado allí, por entregas, la vida de este verdadero apóstol de nuestra Arquidiócesis.
EN LA PARROQUIA DE LA PALMA
Quiero avisarles, con agradecimiento a la comunidad de la parroquia de la Palma en el departamento de Chalaneando, que he tenido una alegría muy grande cuando los visité ayer todo el día. Conviví de veras con una comunidad renovada, inquieta de conocer el pensamiento de Dios en la Biblia y de asimilarlo cada vez más. Una Iglesia llena y unos alrededores de la Iglesia rebosantes, también, de gente. Alguien me decía: "Mire, esta gente ha venido de muy lejos y no la han traído en camiones, han venido por su propia cuenta y con qué gusto están aquí pasando el día, y hasta muy noche tendrán aquí su vigilia. Y si puede quedarse a la vigilia -lástima, ya no tenía tiempo- usted sentirá esta noche, comunidades que vienen más todavía; cantar canciones piadosas muy propias inspiradas en la realidad en que la Iglesia peregrina aquí, en estas pintorescas alturas cubiertas de pinos de la Palma, en el norte de Chalatenango".
RECONOCIMIENTO A MONS. LUIS CHAVEZ Y GONZALEZ
También no podía faltar mi palabra para congratularme con Mons. Luis Chávez y González, que ha sido declarado por nuestra Asamblea Legislativa, se le ha concedido -dice textualmente- la calidad de "ciudadano meritísimo de la República de El Salvador" por sus servicios relevantes prestados a la Patria." ¡Cómo no nos va a alegrar el triunfo de un hermano, sobre todo, de un predecesor por el que guardo tanto respeto y tanta admiración! Y precisamente, porque lo quiero mucho y lo admiro mucho, hubiera querido para él un homenaje más limpio de intenciones. ¿Qué se esconde en este título? Hubiera querido un homenaje más lógico en sus antecedentes porque soy testigo de sus lágrimas y de su dolor en los últimos días de su Arzobispado. Hasta me dijo: "¡Véngase pronto a tomar ésto porque esto está terrible!". Se le estaban expulsando sacerdotes, no se le atendía por teléfono. Fueron los últimos días del Arzobispado de Monseñor muy dolorosos.
Por eso, creo que el honor que ahora se le hace, sino es una verdadera reparación, es una falta de sinceridad si no se lleva a sus consecuencias el homenaje de un hombre que proclamó con mucha valentía la situación social de nuestro ambiente. Y, por eso, nuestra radio católica ha comenzado ya a poner en actualidad -ya que la Asamblea nos ha autorizado- toda la doctrina y la línea pastoral de Mons. Chávez que tanto se le criticó y que, sin embargo, es la que está dando la pauta para seguir un camino que yo recibí -como se lo dije- como rica herencia que trataré de cuidar y cultivar. Por eso, al declararlo "ciudadano meritísimo", creo que se canoniza también por la Legislativa, su proceder, su doctrina, su línea pastoral, y, por tanto, se ratifica el camino por donde vamos siguiendo lo que él nos dejó.
También creo que sería lógico, con su defensa del pobre y del que sufre, que la Asamblea acelerara la amnistía que un grupo de abogados ha pedido y que derogara la Ley de Orden Público que está autorizando tantos atropellos. Eso no está de acuerdo con Mons. Chávez. Y sería bueno que si ahora vuelve a la actualidad este gran Pastor de nuestra Arquidiócesis, se tuviera en cuenta que la causa de sus sufrimientos está en pie y que su título de "ciudadano meritísimo" vale la pena que se le considere para quitar la causa de tantos ciudadanos, hermanos de él, que sufren la marginación y otros atropellos.
LA HORA DE LA GLORIFICACIÓN
Este es el marco histórico de nuestra Iglesia y de nuestra sociedad para ver ahora a Cristo en este triunfo glorioso que se llama la Ascensión. Yo titularía mi homilía de hoy, con este nombre: La hora de la glorificación. Sí, hoy es la hora de la glorificación para Cristo.
Poco antes de morir, el Jueves Santo, Cristo dijo esta plegaria: "Padre, te he glorificado en la tierra cumpliendo la obra que me habías encargado. Ahora Tú, Padre, dame junto a tí la misma gloria que tenía a tu lado antes que comenzara el mundo". Cristo sintió el jueves Santo en la noche que su hora de glorificación había llegado. Para Cristo, la pasión humillante que lo llevó hasta la cruz y su resurrección gloriosa que lo lleva hasta estar sentado a la derecha del Padre, es la glorificación completa. Una Pascua que sale de una tumba dolorosa, una cruz humillante que florece en esplendor de gloria. Un cristiano no puede olvidar que la gloria de Cristo tiene una base dolorosa: la cruz. Y por eso, el sufrimiento de la Iglesia y el dolor de los cristianos siempre tiene una perspectiva de gloria y de esperanza. No lo olvidemos.
Y yo quiero ver en las palabras de hoy, tres aspectos de esta glorificación:
1º.- Cristo
es glorificación de Dios.
2º.- Cristo es glorificación del hombre.
3º.- Cristo es glorificación del universo.
Así se presenta en una perspectiva universal, profunda, bellísima, la Ascensión del Señor.
1º CRISTO ES GLORIFICACIÓN DE DIOS
"SE ME HA DADO PLENO PODER EN EL CIELO Y EN LA TIERRA..."
Mirémoslo, no nos cansemos de contemplar esta figura que nos presenta el evangelio. Acercándose a ellos les dice: "Se me ha dado pleno poder en el cielo v en la tierra". Y la primera lectura nos describe también este momento glorioso de la vida de Cristo: "Lo vieron levantarse hasta que una nube se los quitó de la vista". Este es el panorama que no debe de desaparecer de nuestra mirada todo este día. Contemplémoslo así, hermanos. Si no hiciéramos otra cosa que como los apóstoles, mirarlo de hito en hito camino del cielo, repitiendo: "todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra" y encumbrarse hasta estar sentado a la derecha del Padre, este domingo marcaría nuestra vida en una hora de contemplación. No hay belleza más grande que un Cristo glorificado. ¡No hay pensamiento más noble para el cerebro del hombre, no hay amor que ennoblezca tanto el corazón del hombre y de la mujer, como el pensamiento y el amor que se lleva en pos de sí este Hijo del Hombre, en el cual Dios habitó en toda su plenitud!
"PEDIMOS A DIOS QUE OS ILUMINE, OS DÉ ESPÍRITU DE SABIDURÍA Y REVELACIÓN..."
Ese Cristo que sube al cielo -digo en primer lugar- es gloria del Padre, gloria de Dios, gloria en el Espíritu Santo. Por eso, la segunda lectura en que San Pablo analiza esa glorificación de Cristo, nos invita a rezar mucho: "pedimos a Dios -dice- que os ilumine, os dé espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo".
Hermanos, yo les digo con toda confianza en esta mañana, que lo que más le pido a Dios en mi pobre oración y lo que yo suplico a mi pueblo cuando dicen que rezan por mí, es que me haga instrumento de esta revelación. Yo no quiero predicar otra cosa más que el conocimiento de Cristo nuestro Señor. Si de ese conocimiento de Cristo tengo que iluminar las realidades de mi Patria, no es lo principal el peregrinar de la tierra sino la visión de Cristo que ilumine nuestro peregrinar; eso sí, pero que no lo perdamos de vista. Y yo llamo otra vez la atención a mi querido auditorio, el auditorio sobre todo que me escucha para pesquisarme, para ver en qué caigo, que se fijen que lo principal de mi predicación quiere ser presentar la revelación de Cristo, que éste es mi deber, predicar a Cristo. Y le pido -como San Pablo- "el espíritu de sabiduría y revelación para que ustedes y yo lo conozcamos cada vez más y en Él conozcamos -dice San Pablo- la fuerza poderosa que Dios desplegó en Cristo resucitándolo y sentándolo a su derecha y en el cielo, por encima de todo".
EN CRISTO, DIOS ES GLORIFICADO
En Cristo, Dios es glorificado. No tenemos una idea exacta de Cristo mientras no comprendamos que Él es el hombre que encarnó la relación con el Padre celestial y hacer lo que Él hacía: orar mucho, darle gracias al Padre, hacer depender de Él todo cuanto el hombre tiene. Esto es la gran revelación que Cristo trajo: enseñamos las relaciones del hombre con Dios. Por eso, cuando en el momento culminante, cuando en que se desenlaza toda su vida de pobreza y de sacrificio, Dios lo glorifica, lo resucita y lo sienta a su derecha -una expresión bíblica para decir que lo hace participante íntimo de su poder-, entonces vemos que Dios es glorificado en Cristo como Él pidió en la última cena: "Padre, te he glorificado, ahora dame Tú mismo la gloria que tenía antes de la creación". Antes que el mundo fuera creado Cristo ya existía como Dios- como hombre comenzó a vivir en las entrañas de una mujer, en la Virgen; pero como Dios, dice San Juan en el prólogo de su evangelio: "En el principio ya existía". Un pretérito que nos está diciendo su permanencia eterna: "ya vivía en el Seno de Dios, glorificado en Dios". Si por amor a los hombres vino a vestirse de hombre, ahora la ascensión lo que hace es glorificar esa humanidad, esa alma y ese cuerpo creados el día de la encarnación en las entrañas de María. Ese hombre es envuelto en la gloria de aquel hijo que vivía en la eternidad. "Glorifícame con la gloria que tenía antes de la creación". Y todo aquel esplendor de la eternidad envuelve la gloria del cuerpo y del alma de Cristo. Allá en el cielo, a la derecha del Padre, participando del poder de Dios, hay un hombre con manos como nosotros, cabeza como nosotros, que piensa como nosotros, un hombre glorificado, ésta es la Ascensión.
EN ESE HOMBRE, DIOS HA OSTENTADO SU PODER
En ese hombre, Dios ha ostentado su poder. Poder de Dios es ver a Cristo crucificado, es el poder del amor. Y saliendo de la tumba venciendo a sus enemigos, el poder de Dios que vence; y subiendo a los cielos y glorificándolo y haciéndolo depositario de toda su potencia de Dios, Cristo es la gloria del Padre, Cristo es la gloria de la divinidad, es el hombre que atesora la riqueza de Dios.
Hermanos, si con sólo esto tengo yo para predicar ¿qué voy a buscar yo cosas mezquinas, pequeñas de la tierra? ¿qué va a andar buscando la Iglesia rivalidades con el poder de la tierra, con las riquezas de la tierra si poseemos a aquel que existía antes que existieran los hombres v existieran las cosas, si poseemos al que es todo y en el que se ostenta la potencia de Dios? El que no comprenda a Cristo, no podrá tener una voz liberadora ni podrá tampoco sentir la grandeza que todo hombre debe sentir por encima de todas las pequeñeces de la tierra. Esto es Cristo: gloria del Padre, gloria de Dios que se refleja en Él. Por eso San Pablo pide al Señor que les dé a sus cristianos la gracia de conocerlo y de conocer el poder con que Dios ostentó sus maravillas en nuestro Señor Jesucristo.
DIOS QUIERE QUE LAS HISTORIAS DE LOS PUEBLOS COINCIDAN CON SU HISTORIA DE SALVACIÓN
Por eso, ese Dios que tiene designios de amor y de salvación para los hombres, quiere que las historias de los pueblos coincidan con su historia de salvación. No es lo mismo, pero sí se vale de la historia de los pueblos para inyectar su historia de salvación. Él quiere salvar con su potencia de salvador ostentada en Cristo, a los hombres de todas las naciones, viviendo ellos una historia limpia de pecado.
Y esto lo vemos en la primera lectura de hoy cuando los apóstoles se acercan a Cristo para hacerle esta pregunta un poco insolente: "¿Es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?". Y Cristo contesta: "No toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerzas para ser mis testigos". Osea, van dos historias, la historia de Dios que no coincide con las fechas y los cálculos de los hombres y la historia de los hombres que debía de estar preocupada de insertarse en la historia de la salvación, creer en Dios. A pesar de las negruras de nuestra historia, Dios tiene su historia y hará resplandecer su gloria sobre la oscuridad de nuestra historia patria.
No coincide con nuestra preocupación su designio salvador, Él salvará a aquellos que esperan en Él, a aquellos que se entregan a sus designios, a aquellos que aman a su Cristo sin preocuparse de las fechas, de las horas, de los proyectos, de la política que los hombres construyen. El político cristiano, el sociólogo cristiano, el técnico cristiano, eso sí, debe tener la preocupación de hacer coincidir con la política de su patria, con la historia de su patria, con la técnica de su suelo, el gran proyecto de Dios para elevar lo salvadoreño hasta lo divino, para darle a nuestra historia fuerza de salvación. No habrá salvación para los salvadoreños si no ponen su esperanza y su fe en aquel que es el Señor de la historia, en aquel que es la clave de la salvación de todos los problemas.
Por eso, el Concilio Vaticano II dice que no hay que confundir progreso temporal y crecimiento del reino de Dios. Es cierto. Una cosa es el progreso temporal, que haya bellos edificios en San Salvador, que haya buenas carreteras en la patria, aeropuertos, etc., pero sí -dice-, se preocupa de que todo este progreso temporal coincida con el reino de Dios; porque cuanto mejor progresa un pueblo humanamente, también se dispone para ser materia que Dios salva. Por eso, mientras vayan en una descoyuntura tremenda el progreso material del pueblo y los designios de Dios para salvar al mundo, no estamos haciendo lo que Dios quiere. Mucho progreso, sí,pero poca moral. ¡Se olvida que el hombre y Dios es lo principal del progreso!
Podíamos decir muchas cosas más, bajo este capítulo: Cristo, gloria de Dios, pero quiero pasar al segundo aspecto de esta glorificación de Cristo.
2º CRISTO ES GLORIFICACION DEL HOMBRE
CRISTO HA SIDO GLORIFICADO Y TODOS LOS HOMBRES EN ÉL
Cristo, glorificación del hombre. En la oración de la misa de hoy expresaba esto, en latín se dice mucho más lacónico y más expresivo "Co procesit gloria capitis, eo spes vocatur et corporis". Quiere decir que adónde ha llegado ya la gloria de la cabeza, hacia allá tienden en esperanza los miembros del cuerpo. Es como una cabeza que ha entrado ya en la gloria y que en pos de sí va arrastrando a todos sus miembros, todos sus cristianos. Cristo ha subido a los cielos no sólo para ser glorificado Él, sino para que todos los hombres se glorifiquen en Él. Los que van muriendo, si mueren amigos de Cristo unidos a su gracia y su verdad, incorporados a Él, su cielo ya está seguro. La ascensión no ha terminado, cada vez que muere un cristiano hay ascensión.
Esta mañana ha muerto una gran colaboradora que yo tenía en San Miguel, la niña Choncita Asturias, yo pido para ella una plegaria; pero sé que ella, en este domingo de Ascensión, es un miembro, humilde mujer del pueblo, pero que ahora es gloria en Cristo. Y el Padre Segura, yo decía en la misa del lunes pasado: la hora de la glorificación de Cristo no ha terminado, cada vez que muere una persona como el Padre Segura, hay glorificación de Cristo, es un ser humano que se glorifica de esa gloria del subido a los cielos.
Pero al mismo tiempo que nos llama en esperanza al cielo, Cristo se ha quedado con nosotros. Así como la cabeza es vida del cuerpo y del pie, aunque el pie tenga su planta en el suelo, es la misma vida de la cabeza. Y esto debe llenarnos de alegría cuando la cabeza nuestra ha subido a los cielos, nosotros, sus pies que todavía peregrinamos en la tierra, sentimos que Cristo está presente. Esto lo encuentro también hoy en las lecturas y podía decir: hay una transformación de la presencia de Cristo. Ya no lo verán los apóstoles con aquella presencia física que los llevaba a tocarlo, a comer con Él, que conocían su mirada, su modo de caminar. No nos dejaron ni siquiera un retrato de Cristo. ¿Cómo era Él? No lo sabemos, pero quizás es providencial que no lo conociéramos físicamente, porque este día de la Ascensión, Cristo transforma su presencia en el mundo. De una presencia física se hace una presencia que llamaríamos mística. Cuerpo místico de Cristo se llama esta Iglesia porque Él vive aquí, en nosotros.
PRESENCIA MÍSTICA DE CRISTO EN LA TIERRA
El evangelio de hoy dice, repitiendo las palabras de Cristo: "Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". ¡Qué consuelo este más grande! Yo estoy con vosotros. Pero un joven me preguntaba. ¿Dónde está? yo lo quisiera ver. Sí lo ves -le digo- es la Iglesia, es el predicador, es el confesor que absuelve pecados, es la mano del sacerdote que bautiza, es la palabra y el consejo, la presencia de un cristiano, de un pueblo en misa, es Cristo el que está aquí en la Catedral y en todas las comunidades donde hoy la fe de los cristianos los une en tomo del altar, Cristo que está en la hostia que voy a levantar para que la adoremos. "Yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo".
Y hay otra cosa más bella todavía, ¿cómo es esa presencia mística de Cristo aquí en la tierra? Yo les invito a que esta semana lean con cariño la segunda lectura de San Pablo y vean allí en los versículos 17 al 19, donde Pablo pide el conocimiento de la fe para los cristianos "para que conozcáis -fíjense estas palabras- cuál es la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros y comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama". A Cristo ya no lo vemos caminar por esta tierra con sus pies físicos, pero Cristo sigue caminando y su presencia entre nosotros es todo ésto: esperanza, riqueza de gloria, grandeza de poder. La Iglesia por eso va tan confiada, no se apoya la Iglesia en los poderes de la tierra, en las riquezas de los hombres: se apoya en Cristo que es su esperanza, la riqueza de su gloria. la fuerza de su poder.
Cristo vive aquí, no con una presencia física limitada a un pueblecito de Palestina, Cristo vive ahora en cada cantón, en cada pueblo, en cada familia donde haya un corazón que ha puesto en Él su esperanza, donde hay un afligido que espera que pasará la hora del dolor, donde hay un torturado, hasta en la cárcel está presente en el corazón del que espera y ora. Cristo está presente ahora con una presencia mucho más viva que cuando peregrinó 33 años entre nosotros.
Cristo vive, hermanos, y vive en su Iglesia glorificado a la diestra del Padre, presente, hecho esperanza y fuerza entre sus peregrinos de la tierra. Esta es la glorificación del hombre en Cristo.
CRISTO JESÚS, VOLVERÁ
¿Qué aflicción puede haber entonces para nosotros que somos el Cristo de la Historia? Y yo veo también esta presencia, hermanos, y me llena mucho el corazón recordarla entre ustedes en la primera lectura. Cuando los ángeles bajan a avisarle a los apóstoles que se han quedado estáticos contemplando aquél Cristo que se los arrebató una nube, como diría el gran poeta español Fray Luis de Granada: " la nube envidiosa que le arrebató a la mirada de los hombres la belleza de ese Cristo". No lo veremos más, mejor dicho los ángeles dijeron una gran palabra que inauguró una historia: "Varones de Galilea, ¿qué estáis contemplando al cielo? Ese Jesús que así ha subido hoy a los cielos, volverá". Volverá, qué bella palabra que inspira toda la mística de la esperanza: la Iglesia peregrina al encuentro del Señor. Volverá, ella sabe que volverá, no a padecer ni a ser humillado, volverá como juez de la historia, volverá a llenar de realidad la esperanza del que confió en Él, volverá lleno de amor para abrazar en un amor eterno al que vivió amándolo a Él. Vale la pena ser cristiano porque Cristo volverá.
Desde la Ascensión del Señor se ha inaugurado la fase última de la historia. Ya estamos en ella, desde hace veinte siglos. Tanto era así que los primeros cristianos pensaron que era inminente. Y San Pablo tiene que corregirlos: "No, si no sabemos cuándo será". Pasarán siglos, pero es cierto que ya se inauguró el fin del mundo. Desde que Cristo subió a los cielos y ha dejado a los hombres en la esperanza de su retorno, la historia vive su última hora, la fase definitiva, la hora de la Iglesia. Es la Iglesia la encargada de mantener en los hombres esa espera. Por eso dentro de poco, allí ante la hostia consagrada vamos a decir esa palabra del que espera: "¡Ven, Señor Jesús!". Esta es la esposa amada que espera al esposo que retorne del viaje para abrazarse y vivir juntos en la alegría que no tendrá fin. Hacia allá camina nuestra Iglesia peregrina, hermanos.
3º CRISTO GLORIFICACION DEL UNIVERSO
CRISTO ES LA CLAVE DEL UNIVERSO ENTERO
Cristo glorificación del universo, porque en los últimos versículos de la lectura de San Pablo, dice que Dios desplegó en Cristo su poder, sentándolo a su derecha en el cielo por encima de todo principado, potestad, fuerza. y dominación y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo sino en el futuro. Quiere decir, hermanos, que Cristo es la clave no sólo de la historia universal, es la clave del universo entero. Todo cuanto existe fue creado por Él y para Él. No olvidemos que Cristo es la explicación última de todo cuanto existe. Y por eso la redención que Cristo vino a operar no sólo es para salvar del pecado a los hombres sino para salvar de la esclavitud del pecado a la creación entera, que como dice San Pablo, está gimiendo bajo el pecado de los hombres.
El dinero es bueno pero los hombres egoístas lo han hecho malo y pecador. El poder es bueno pero el abuso de los hombres ha hecho del poder algo temible. Todo ha sido creado por Dios, pero los hombres lo han sometido al pecado. Y, por eso, la Ascensión de Cristo anuncia que la creación entera será también redimida en Él, porque Él dará la explicación de todo cuanto Dios ha creado y pondrá a los pies de Dios, al final de los tiempos, en el juicio final -que en eso consistirá el juicio final- el gran discernimiento entre el bien y el mal. El mal para ser eliminado definitivamente y el bien para ser asumido en la glorificación eterna de Cristo; o sea, que la Ascensión del Señor marca también la glorificación del universo.
El universo se alegra, el dinero se alegra, el poder se alegra, todas las cosas materiales: las fincas, las haciendas, todo se alegra porque vendrá el día en que el Juez Supremo sabrá redimir del pecado, de la esclavitud, de la ignominia, todo cuanto Dios ha creado. Y el hombre lo está utilizando para el pecado, para la ofensa de su propio hermano.
La redención está ya decretada y Dios ha llevado en el poder suyo a Cristo Nuestro Señor. Es un testimonio de la justicia final esta presencia de Cristo subido a los cielos.
LA GLORIFICACIÓN OPERADA EN CRISTO, LA HA ENCOMENDADO EN LA HISTORIA A SU IGLESIA
Decía, finalmente, hermanos, que esta glorificación de Dios, del hombre y del universo operada en Cristo, la ha encomendado Cristo en la historia, a su Iglesia. Y por eso nos dice San Pablo al terminar la lectura de hoy: "Lo dio a la Iglesia como cabeza sobre todo. Ella -la Iglesia- es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todo." La Iglesia es como la plenitud de Cristo. Nosotros estamos haciendo presente a Cristo porque somos su Iglesia. Y su Iglesia -diríamos- que es la zona, la zona donde la gloria de Cristo que es gloria de Dios, gloria del hombre y gloria del mundo se realiza ya. En esa zona, aunque no sea la más destacada del universo, aunque sea un pequeño puntito en la historia, el pueblo de Dios que Cristo ha constituido por el bautismo, forma el depositario de esta gloria de Cristo. Por eso la Iglesia predica el reino de Dios ya en esta tierra; porque ustedes, queridos hermanos y yo, hombres de la historia con pies en el polvo de tierra, con aflicciones de nuestras situaciones sociales, políticas y económicas, somos los hombres concretos, somos la creación concreta que Cristo está salvando en su Iglesia. Y la Iglesia tiene que predicar ese reino de Dios, esa glorificación de Cristo ya en la historia, ya en el mundo.
PENSAMIENTO QUE NOS LLEVA AL ALTAR
Por eso les invito a que terminemos estas consideraciones fomentando en el corazón un pensamiento magnánimo: colaboremos con Cristo a hacer un mundo mejor. Hagamos del progreso de nuestra patria un progreso que sea pedestal de la gloria de la creación, haciéndolo cristiano. Trabajemos con espíritu cristiano. Amémonos mutuamente, construyamos una sociedad basada en una paz que se cimente en la justicia tal como Dios lo quiere y nuestra fe lo va a proclamar ya.
Pongámonos de pie y proclamemos nuestra creencia en Dios y en Cristo. Creemos en un solo Dios...

Homilìa de Monseñor Escribà

Homilía pronunciada por monseñor Escrivá el 19-V-1966, fiesta de la Ascensión del Señor.Se contiene en el volumen Es Cristo que pasa.

La liturgia pone ante nuestros ojos, una vez más, el último de los misterios de la vida de Jesucristo entre los hombres: Su Ascensión a los cielos. Desde el Nacimiento en Belén, han ocurrido muchas cosas: lo hemos encontrado en la cuna, adorado por pastores y por reyes; lo hemos contemplado en los largos años de trabajo silencioso, en Nazaret; lo hemos acompañado a través de las tierras de Palestina, predicando a los hombres el Reino de Dios y haciendo el bien a todos. Y más tarde, en los días de su Pasión, hemos sufrido al presenciar cómo lo acusaban, con qué saña lo maltrataban, con cuánto odio lo crucificaban.
Al dolor, siguió la alegría luminosa de la Resurrección. ¡Qué fundamento más claro y más firme para nuestra fe! Ya no deberíamos dudar. Pero quizá, como los Apóstoles, somos todavía débiles y, en este día de la Ascensión, preguntamos a Cristo: ¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?
[336] ; ¡es ahora cuando desaparecerán, definitivamente, todas nuestras perplejidades, y todas nuestras miserias?
El Señor nos responde subiendo a los cielos. También como los Apóstoles, permanecemos entre admirados y tristes al ver que nos deja. No es fácil, en realidad, acostumbrarse a la ausencia física de Jesús. Me conmueve recordar que, en un alarde de amor, se ha ido y se ha quedado; se ha ido al Cielo y se nos entrega como alimento en la Hostia Santa. Echamos de menos, sin embargo, su palabra humana, su forma de actuar, de mirar, de sonreír, de hacer el bien. Querríamos volver a mirarle de cerca, cuando se sienta al lado del pozo cansado por el duro camino
[337] , cuando llora por Lázaro [338] , cuando ora largamente [339] , cuando se compadece de la muchedumbre [340] .
Siempre me ha parecido lógico y me ha llenado de alegría que la Santísima Humanidad de Jesucristo suba a la gloria del Padre, pero pienso también que esta tristeza, peculiar del día de la Ascensión, es una muestra del amor que sentimos por Jesús, Señor Nuestro. El, siendo perfecto Dios, se hizo hombre, perfecto hombre, carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Y se separa de nosotros, para ir al cielo. ¿Cómo no echarlo en falta?
Trato con Jesucristo en el Pan y en la Palabra
Si sabemos contemplar el misterio de Cristo, si nos esforzamos en verlo con los ojos limpios, nos daremos cuenta de que es posible también ahora acercarnos íntimamente a Jesús, en cuerpo y alma. Cristo nos ha marcado claramente el camino: por el Pan y por la Palabra, alimentándonos con la Eucaristía y conociendo y cumpliendo lo que vino a enseñarnos, a la vez que conversamos con El en la oración. Quien come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece y yo en él
[341] . Quien conoce mis mandamientos y los cumple, ése es quien me ama. Y el que me ame será amado por mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él [342] .
No son sólo promesas. Son la entraña, la realidad de una vida auténtica: la vida de la gracia, que nos empuja a tratar personal y directamente a Dios. Si cumplís mis preceptos, permaneceréis en mi amor, como yo he cumplido los mandatos de mi Padre y permanezco en su amor
[343] . Esta afirmación de Jesús, en el discurso de la última cena, es el mejor preámbulo para el día de la Ascensión. Cristo sabía que era preciso que El se fuera; porque, de modo misterioso que no acertamos a comprender, después de la Ascensión llegaría –en una nueva efusión del Amor divino– la tercera Persona de la Trinidad Beatísima: os digo la verdad: conviene que yo me vaya. Si no me fuese, el Paráclito no vendría a vosotros. Si me voy, os lo enviaré [344] .
Se ha ido y nos envía al Espíritu Santo, que rige y santifica nuestra alma. Al actuar el Paráclito en nosotros, confirma lo que Cristo nos anunciaba: que somos hijos de Dios; que no hemos recibido el espíritu de servidumbre para obrar todavía por temor, sino el espíritu de adopción de hijos, en virtud del cual clamamos: Abba, ¡Padre!
[345] .
¿Veis? Es la actuación trinitaria en nuestras almas. Todo cristiano tiene acceso a esa inhabitación de Dios en lo más intimo de su ser, si corresponde a la gracia que nos lleva a unirnos con Cristo en el Pan y en la Palabra, en la Sagrada Hostia y en la oración. La Iglesia trae a nuestra consideración cada día la realidad del Pan vivo, y le dedica dos de las grandes fiestas del año litúrgico: la del Jueves Santo y la del Corpus Christi. En este día de la Ascensión, vamos a detenernos en el trato con Jesús, escuchando atentamente su Palabra.
Vida de oración
Una oración al Dios de mi vida
[346] . Si Dios es para nosotros vida, no debe extrañarnos que nuestra existencia de cristianos haya de estar entretejida en oración. Pero no penséis que la oración es un acto que se cumple y luego se abandona. El justo encuentra en la ley de Yavé su complacencia y a acomodarse a esa ley tiende, durante el día y durante la noche [347] . Por la mañana pienso en ti [348] ; y, por la tarde, se dirige hacia ti mi oración como el incienso [349] . Toda la jornada puede ser tiempo de oración: de la noche a la mañana y de la mañana a la noche. Más aún: como nos recuerda la Escritura Santa, también el sueño debe ser oración [350] .
Recordad lo que, de Jesús, nos narran los Evangelios. A veces, pasaba la noche entera ocupado en coloquio íntimo con su Padre. ¡Cómo enamoró a los primeros discípulos la figura de Cristo orante! Después de contemplar esa constante actitud del Maestro, le preguntaron: Domine, doce nos orare
[351] , Señor, enséñanos a orar así.
San Pablo –orationi instantes
[352] , en la oración continuos, escribe– difunde por todas partes el ejemplo vivo de Cristo. Y San Lucas, con una pincelada, retrata la manera de obrar de los primeros fieles: animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en oración [353] .
El temple del buen cristiano se adquiere, con la gracia, en la forja de la oración. Y este alimento de la plegaria, por ser vida, no se desarrolla en un cauce único. El corazón se desahogará habitualmente con palabras, en esas oraciones vocales que nos ha enseñado el mismo Dios, Padre nuestro, o sus ángeles, Ave María. Otras veces utilizaremos oraciones acrisoladas por el tiempo, en las que se ha vertido la piedad de millones de hermanos en la fe: las de la liturgia –lex orandi–, las que han nacido de la pasión de un corazón enamorado, como tantas antífonas marianas: Sub tuum praesidium..., Memorare..., Salve Regina...
En otras ocasiones nos bastarán dos o tres expresiones, lanzadas al Señor como saeta, iaculata: jaculatorias, que aprendemos en la lectura atenta de la historia de Cristo: Domine, si vis, potes me mundare
[354] , Señor, si quieres, puedes curarme; Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo te [355] , Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo; Credo, Domine, sed adiuva incredulitatem meam [356] , creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad, fortalece mi fe; Domine, non sum dignus [357] , ¡Señor, no soy digno!; Dominus meus et Deus meus [358] , ¡Señor mío y Dios mío!... U otras frases, breves y afectuosas, que brotan del fervor íntimo del alma, y responden a una circunstancia concreta.
La vida de oración ha de fundamentarse además en algunos ratos diarios, dedicados exclusivamente al trato con Dios; momentos de coloquio sin ruido de palabras, junto al Sagrario siempre que sea posible, para agradecer al Señor esa espera –¡tan solo!– desde hace veinte siglos. Oración mental es ese diálogo con Dios, de corazón a corazón, en el que interviene toda el alma: la inteligencia y la imaginación, la memoria y la voluntad. Una meditación que contribuye a dar valor sobrenatural a nuestra pobre vida humana, nuestra vida diaria corriente.
Gracias a esos ratos de meditación, a las oraciones vocales, a las jaculatorias, sabremos convertir nuestra jornada, con naturalidad y sin espectáculo, en una alabanza continua a Dios. Nos mantendremos en su presencia, como los enamorados dirigen continuamente su pensamiento a la persona que aman, y todas nuestras acciones –aun las más pequeñas– se llenarán de eficacia espiritual.
Por eso, cuando un cristiano se mete por este camino del trato ininterrumpido con el Señor –y es un camino para todos, no una senda para privilegiados–, la vida interior crece, segura y firme; y se afianza en el hombre esa lucha, amable y exigente a la vez, por realizar hasta el fondo la voluntad de Dios.
Desde la vida de oración podemos entender ese otro tema que nos propone la fiesta de hoy: el apostolado, el poner por obra las enseñanza de Jesús, trasmitidas a los suyos poco antes de subir a los cielos: me serviréis de testigos en Jerusalén y en toda la Judea y Samaría y hasta el cabo del mundo
[359] .
Apostolado, corredención
Con la maravillosa normalidad de lo divino, el alma contemplativa se desborda en afán apostólico: me ardía el corazón dentro del pecho, se encendía el fuego en mi meditación
[360] . ¿Qué fuego es ése sino el mismo del que habla Cristo: fuego he venido a traer a la tierra y qué he de querer sino que arda? [361] . Fuego de apostolado que se robustece en la oración: no hay medio mejor que éste para desarrollar, a lo largo y a lo ancho del mundo, esa batalla pacífica en la que cada cristiano está llamado a participar: cumplir lo que resta que padecer a Cristo [362] .
Jesús se ha ido a los cielos, decíamos. Pero el cristiano puede, en la oración y en la Eucaristía, tratarle como le trataron los primeros doce, encenderse en su celo apostólico, para hacer con El un servicio de corredención, que es sembrar la paz y la alegría. Servir, pues: el apostolado no es otra cosa. Si contamos exclusivamente con nuestras propias fuerzas, no lograremos nada en el terreno sobrenatural; siendo instrumentos de Dios, conseguiremos todo: todo lo puedo en aquel que me conforta
[363] . Dios, por su infinita bondad, ha dispuesto utilizar estos instrumentos ineptos. Así que el apóstol no tiene otro fin que dejar obrar al Señor, mostrarse enteramente disponible, para que Dios realice –a través de sus criaturas, a través del alma elegida– su obra salvadora.
Apóstol es el cristiano que se siente injertado en Cristo, identificado con Cristo, por el Bautismo; habilitado para luchar por Cristo, por la Confirmación; llamado a servir a Dios con su acción en el mundo, por el sacerdocio común de los fieles, que confiere una cierta participación en el sacerdocio de Cristo, que –siendo esencialmente distinta de aquella que constituye el sacerdocio ministerial– capacita para tomar parte en el culto de la Iglesia, y para ayudar a los hombres en su camino hacia Dios, con el testimonio de la palabra y del ejemplo, con la oración y con la expiación.
Cada uno de nosotros ha de ser ipse Christus. El es el único mediador entre Dios y los hombres
[364] ; y nosotros nos unimos a El para ofrecer, con El, todas las cosas al Padre. Nuestra vocación de hijos de Dios, en medio del mundo, nos exige que no busquemos solamente nuestra santidad personal, sino que vayamos por los senderos de la tierra, para convertirlos en trochas que, a través de los obstáculos, lleven las almas al Señor; que tomemos parte como ciudadanos corrientes en todas las actividades temporales, para ser levadura [365] que ha de informar la masa entera [366] .
Cristo ha subido a los cielos, pero ha trasmitido a todo lo humano honesto la posibilidad concreta de ser redimido. San Gregorio Magno recoge este gran tema cristiano con palabras incisivas: Partía así Jesús hacia el lugar de donde era, y volvía del lugar en el que continuaba morando. En efecto, en el momento en el que subía al Cielo, unía con su divinidad el Cielo y la tierra. En la fiesta de hoy conviene destacar solemnemente el hecho de que haya sido suprimido el decreto que nos condenaba, el juicio que nos hacía sujetos de corrupción. La naturaleza a la que se dirigía las palabras tú eres polvo y volverás al polvo (Gen III, 19), esa misma naturaleza ha subido hoy al Cielo con Cristo
[367] .
No me cansaré de repetir, por tanto, que el mundo es santificable; que a los cristianos nos toca especialmente esa tarea, purificándolo de las ocasiones de pecado con que los hombres lo afeamos, y ofreciéndolo al Señor como hostia espiritual, presentada y dignificada con la gracia de Dios y con nuestro esfuerzo. En rigor, no se puede decir que haya nobles realidades exclusivamente profanas, una vez que el Verbo se ha dignado asumir una naturaleza humana íntegra y consagrar la tierra con su presencia y con el trabajo de sus manos. La gran misión que recibimos, en el Bautismo, es la corredención. Nos urge la caridad de Cristo
[368] , para tomar sobre nuestros hombros una parte de esa tarea divina de rescatar las almas.
Mirad: la Redención, que quedó consumada cuando Jesús murió en la vergüenza y en la gloria de la Cruz, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles
[369] , por voluntad de Dios continuará haciéndose hasta que llegue la hora del Señor. No es compatible vivir según el Corazón de Jesucristo, y no sentirse enviado, como El, peccatores salvos facere [370] , para salvar a todos los pecadores, convencidos de que nosotros mismos necesitamos confiar más cada día en la misericordia de Dios. De ahí el deseo vehemente de considerarnos corredentores con Cristo, de salvar con El a todas las almas, porque somos, queremos ser ipse Christus, el mismo Jesucristo, y El se dio a sí mismo en rescate por todos [371] .
Tenemos una gran tarea por delante. No cabe la actitud de permanecer pasivos, porque el Señor nos declaró expresamente: negociad, mientras vengo
[372] . Mientras esperamos el retorno del Señor, que volverá a tomar posesión plena de su Reino, no podemos estar cruzados de brazos. La extensión del Reino de Dios no es sólo tarea oficial de los miembros de la Iglesia que representan a Cristo, porque han recibido de El los poderes sagrados. Vos autem estis corpus Christi [373] , vosotros también sois cuerpo de Cristo, nos señala el Apóstol, con el mandato concreto de negociar hasta el fin.
Queda tanto por hacer. ¿Es que, en veinte siglos, no se ha hecho nada? En veinte siglos se ha trabajado mucho; no me parece ni objetivo, ni honrado, el afán de algunos por menospreciar la tarea de los que nos precedieron. En veinte siglos se ha realizado una gran labor y, con frecuencia, se ha realizado muy bien. Otras veces ha habido desaciertos, regresiones, como también ahora hay retrocesos, miedo, timidez, al mismo tiempo que no falta valentía, generosidad. Pero la familia humana se renueva constantemente; en cada generación es preciso continuar con el empeño de ayudar a descubrir al hombre la grandeza de su vocación de hijo de Dios, es necesario inculcar el mandato del amor al Creador y a nuestro prójimo.
Cristo nos enseñó, definitivamente, el camino de ese amor a Dios: el apostolado es amor de Dios, que se desborda, dándose a los demás. La vida interior supone crecimiento en la unión con Cristo, por el Pan y la Palabra. Y el afán de apostolado es la manifestación exacta, adecuada, necesaria, de la vida interior. Cuando se paladea el amor de Dios se siente el peso de las almas. No cabe disociar la vida interior y el apostolado, como no es posible separar en Cristo su ser de Dios–Hombre y su función de Redentor. El Verbo quiso encarnarse para salvar a los hombres, para hacerlos con El una sola cosa. Esta es la razón de su venida al mundo: por nosotros y por nuestra salvación, bajó del cielo, rezamos en el Credo.
Para el cristiano, el apostolado resulta connatural: no es algo añadido, yuxtapuesto, externo a su actividad diaria, a su ocupación profesional. ¡Lo he dicho sin cesar, desde que el Señor dispuso que surgiera el Opus Dei! Se trata de santificar el trabajo ordinario, de santificarse en esa tarea y de santificar a los demás con el ejercicio de la propia profesión, cada uno en su propio estado.
El apostolado es como la respiración del cristiano: no puede vivir un hijo de Dios, sin ese latir espiritual. Nos recuerda la fiesta de hoy que el celo por almas es un mandato amoroso del Señor, que, al subir a su gloria, nos envía como testigos suyos por el orbe entero. Grande es nuestra responsabilidad: porque ser testigo de Cristo supone, antes que nada, procurar comportarnos según su doctrina, luchar para que nuestra conducta recuerde a Jesús, evoque su figura amabilísima. Hemos de conducirnos de tal manera, que los demás puedan decir, al vernos: éste es cristiano, porque no odia, porque sabe comprender, porque no es fanático, porque está por encima de los instintos, porque es sacrificado, porque manifiesta sentimientos de paz, porque ama.
El trigo y la cizaña
Os he trazado, con la doctrina de Cristo, no con mis ideas, un camino ideal de cristiano. Convenís en que es alto, sublime, atractivo. Pero quizá alguno se pregunte: ¿es posible vivir así en la sociedad de hoy?
Ciertamente, el Señor nos ha llamado en momentos, en los que se habla mucho de paz y no hay paz: ni en las almas, ni en las instituciones, ni en la vida social, ni entre los pueblos. Se habla continuamente de igualdad y de democracia y abundan las castas: cerradas, impenetrables. Nos ha llamado en un tiempo, en el que se clama por la comprensión, y la comprensión brilla por su ausencia, incluso entre personas que obran de buena fe y quieren practicar la caridad, porque –no lo olvidéis– la caridad, más que en dar, está en comprender.
Atravesamos una época en la que los fanáticos y los intransigentes –incapaces de admitir razones ajenas– se curan en salud, tachando de violentos y agresivos a los que son sus víctimas. Nos ha llamado, en fin, cuando se oye parlotear mucho de unidad, y quizá sea difícil concebir que pueda tolerarse mayor desunión entre los mismos católicos, no ya entre los hombres en general.
Yo no hago jamás consideraciones políticas, porque ése no es mi oficio. Para describir sacerdotalmente la situación del mundo actual, me basta pensar de nuevo en una parábola del Señor: la del trigo y la cizaña. El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena simiente en su campo; pero, al tiempo de dormir los jornaleros, vino cierto enemigo suyo, esparció cizaña en medio del trigo, y se fue
[374] . Está claro: el campo es fértil y la simiente es buena; el Señor del campo ha lanzado a voleo la semilla en el momento propicio y con arte consumada; además, ha organizado una vigilancia para proteger la siembra reciente. Si después aparece la cizaña, es porque no ha habido correspondencia, porque los hombres –los cristianos especialmente– se han dormido, y han permitido que el enemigo se acercara.
Cuando los servidores irresponsables preguntan al Señor por qué ha crecido la cizaña en su campo, la explicación salta a los ojos: inimicus homo hoc fecit
[375] , ¡ha sido el enemigo! Nosotros, los cristianos que debíamos estar vigilantes, para que las cosas buenas puestas por el Creador en el mundo se desarrollaran al servicio de la verdad y del bien, nos hemos dormido –¡triste pereza, ese sueño!–, mientras el enemigo y todos los que le sirven se movían sin cesar. Ya veis cómo ha crecido la cizaña: ¡qué siembra tan abundante y en todas partes!
No tengo vocación de profeta de desgracias. No deseo con mis palabras presentaros un panorama desolador, sin esperanza. No pretendo quejarme de estos tiempos, en los que vivimos por providencia del Señor. Amamos esta época nuestra, porque es el ámbito en el que hemos de lograr nuestra personal santificación. No admitimos nostalgias ingenuas y estériles: el mundo no ha estado nunca mejor. Desde siempre, desde la cuna de la Iglesia, cuando aún se escuchaba la predicación de los primeros doce, surgieron ya violentas las persecuciones, comenzaron las herejías, se propaló la mentira y se desencadenó el odio.
Pero tampoco es lógico negar que parece que el mal ha prosperado. Dentro de todo este campo de Dios, que es la tierra, que es heredad de Cristo, ha brotado cizaña: no sólo cizaña, ¡abundancia de cizaña! No podemos dejarnos engañar por el mito del progreso perenne e irreversible. El progreso rectamente ordenado es bueno, y Dios lo quiere. Pero se pondera más ese otro falso progreso, que ciega los ojos a tanta gente, porque con frecuencia no percibe que la humanidad, en algunos de sus pasos, vuelve atrás y pierde lo que antes había conquistado.
El Señor –repito– nos ha dado el mundo por heredad. Y hemos de tener el alma y la inteligencia despiertas; hemos de ser realistas, sin derrotismos. Sólo una conciencia cauterizada, sólo la insensibilidad producida por la rutina, sólo el atolondramiento frívolo pueden permitir que se contemple el mundo sin ver el mal, la ofensa a Dios, el daño en ocasiones irreparable para las almas. Hemos de ser optimistas, pero con un optimismo que nace de la fe en el poder de Dios –Dios no pierde batallas–, con un optimismo que no procede de la satisfacción humana, de una complacencia necia y presuntuosa.
Siembra de paz y de alegría
¿Qué hacer? Os decía que no he procurado describir crisis sociales o políticas, hundimientos o enfermedades culturales. Con el enfoque de la fe cristiana, me vengo refiriendo al mal en el sentido preciso de la ofensa a Dios. El apostolado cristiano no es un programa político, ni una alternativa cultural: supone la difusión del bien, el contagio del deseo de amar, una siembra concreta de paz y de alegría. Sin duda, de ese apostolado se derivarán beneficios espirituales para todos: más justicia, más comprensión, más respeto del hombre por el hombre.
Hay muchas almas alrededor de nosotros, y no tenemos derecho a ser obstáculo para su bien eterno. Estamos obligados a ser plenamente cristianos, a ser santos, a no defraudar a Dios, ni a todas esas gentes que esperan del cristiano el ejemplo, la doctrina.
Nuestro apostolado ha de basarse en la comprensión. Insisto otra vez: la caridad, más que en dar, está en comprender. No os escondo que yo he aprendido, en mi propia carne, lo que cuesta el no ser comprendido. Me he esforzado siempre en hacerme comprender, pero hay quienes se han empeñado en no entenderme. Otra razón, práctica y viva, para que yo desee comprender a todos. Pero no es un impulso circunstancial el que ha de obligarnos a tener ese corazón amplio, universal, católico. El espíritu de comprensión es muestra de la caridad cristiana del buen hijo de Dios: porque el Señor nos quiere por todos los caminos rectos de la tierra, para extender la semilla de la fraternidad –no de la cizaña–, de la disculpa, del perdón, de la caridad, de la paz. No os sintáis nunca enemigos de nadie.
El cristiano ha de mostrarse siempre dispuesto a convivir con todos, a dar a todos –con su trato– la posibilidad de acercarse a Cristo Jesús. Ha de sacrificarse gustosamente por todos, sin distinciones, sin dividir las almas en departamentos estancos, sin ponerles etiquetas como si fueran mercancías o insectos disecados. No puede el cristiano separarse de los demás, porque su vida sería miserable y egoísta: debe hacerse todo para todos, para salvarlos a todos
[376] .
¡Si viviésemos así, si supiésemos impregnar nuestra conducta con esta siembra de generosidad, con este deseo de convivencia, de paz! De ese modo se fomentaría la legítima independencia personal de los hombres; cada uno asumiría su responsabilidad, por los quehaceres que le competen en las labores temporales. El cristiano sabría defender antes que nada la libertad ajena, para poder después defender la propia. Tendría la caridad de aceptar a los otros como son –porque cada uno, sin excepción, arrastra miserias y comete errores–, ayudándoles con la gracia de Dios y con delicadeza humana a superar el mal, a arrancar la cizaña, a fin de que todos podamos mutuamente sostenernos y llevar con dignidad nuestra condición de hombres y de cristianos.
La vida futura
La tarea apostólica que Cristo ha encomendado a todos sus discípulos produce, por tanto resultados concretos en el ámbito social. No es admisible pensar que, para ser cristiano, haya que dar la espalda al mundo, ser un derrotista de la naturaleza humana. Todo, hasta el más pequeño de los acontecimientos honestos, encierra un sentido humano y divino. Cristo, perfecto hombre, no ha venido a destruir lo humano, sino a ennoblecerlo, asumiendo nuestra naturaleza humana, menos el pecado: ha venido a compartir todos los afanes del hombre, menos la triste aventura del mal.
El cristiano ha de encontrarse siempre dispuesto a santificar la sociedad desde dentro, estando plenamente en el mundo, pero no siendo del mundo, en lo que tiene –no por característica real, sino por defecto voluntario, por el pecado– de negación de Dios, de oposición a su amable voluntad salvífica.
La fiesta de la Ascensión del Señor nos sugiere también otra realidad; el Cristo que nos anima a esta tarea en el mundo, nos espera en el Cielo. En otras palabras: la vida en la tierra, que amamos, no es lo definitivo; pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura
[377] ciudad inmutable.
Cuidemos, sin embargo, de no interpretar la Palabra de Dios en los límites de estrechos horizontes. El Señor no nos impulsa a ser infelices mientras caminamos, esperando sólo la consolación en el más allá. Dios nos quiere felices también aquí, pero anhelando el cumplimiento definitivo de esa otra felicidad, que sólo El puede colmar enteramente.
En esta tierra, la contemplación de las realidades sobrenaturales, la acción de la gracia en nuestras almas, el amor al prójimo como fruto sabroso del amor a Dios, suponen ya un anticipo del Cielo, una incoación destinada a crecer día a día. No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de vida, sencilla y fuerte en la que se fundan y compenetran todas nuestras acciones.
Cristo nos espera. Vivamos ya como ciudadanos del cielo
[378] , siendo plenamente ciudadanos de la tierra, en medio de dificultades, de injusticias, de incomprensiones, pero también en medio de la alegría y de la serenidad que da el saberse hijo amado de Dios. Perseveremos en el servicio de nuestro Dios, y veremos cómo aumenta en número y en santidad este ejército cristiano de paz, este pueblo de corredención. Seamos almas contemplativas, con diálogo constante, tratando al Señor a todas horas; desde el primer pensamiento del día al último de la noche, poniendo de continuo nuestro corazón en Jesucristo Señor Nuestro, llegando a El por Nuestra Madre Santa María y, por El, al Padre y al Espíritu Santo.
Si, a pesar de todo, la subida de Jesús a los cielos nos deja en el alma un amargo regusto de tristeza, acudamos a su Madre, como hicieron los apóstoles: entonces tornaron a Jerusalén... y oraban unánimemente... con María, la Madre de Jesús
[379] .

16 de Mayo Ascención del Señor

El Señor se marcha, luego de ser enviado por El Padre a la humanidad para enseñarnos palabras de vida eterna, palabras que contienen la verdad plena.
El Señor se despide, pero nos deja una esperanza de encontrarlo, cada vez que le abrimos nuestro corazón para consolarnos, para resplandecernos, guiarnos por el buen camino y no permitir que nuestra fé se quebrante y se desvíe.
El Señor asciende por encomienda de su Padre pero nos deja un mandamiento nuevo: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Juan 13,34). Mandamiento del amor fraterno que no siempre se cumple por cuanto a través de la historia sigue reinando entre los hombres la desobediencia, las malas obras, traducidas en guerras absurdas, ambiciones desmedidas, injusticias, envidias, separaciones entre otras que nos llevan al pecado, a pesar de estar conscientes de que El Señor vino a salvarnos, a enseñarnos el verdadero amor, invitándonos a la conversión, sacrificando su vida para redimirnos; asimismo nos deja un don que es ese sentimiento interior llamado Paz (Juan 14,27) al que hay que construir.
El Señor se va, pero se queda de otra manera: su presencia en la Eucaristía, en el Sagrario, nos indican que no se ha alejado de la humanidad, porque El quiere la salvación universal, de ahí que siempre necesitaremos de su retorno glorioso.
Por Yaritza Osorio Yánez
Colaboradora, Iglesia Santa Teresita