María y José estaban unidos tiernamente en el gozo y en el dolor de su Hijo Amado, en el ofrecimiento de sí mismos, Jesús era su sol. Supieron atender tiernamente a su capullo, regar día tras día su virtud y calentarlo con su amor. Mirémoslos con confianza, pidámosles ayuda y vendrán a nuestro encuentro como si fuésemos sus hijos, nos sostendrán y nos infundirán el deseo de crecer y de atender a nuestros capullos. Nos harán experimentar en la familia aquel deseo de amar que sólo los ángeles poseen.
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